Las terrazas del centro existen para que imaginemos tener una. Los propietarios de la terraza suelen armar una pileta y hacer asados. Por la noche, escucharemos risas, sonidos de platos o copas que se golpean. Uno no quiere asomarse porque después habrá que inventar un justificativo que nos deje tranquilos y nos haga pensar que igual estamos bien así: sin terrazas.
A veces, en una de las posibles miradas al pasar, descubrimos que la vegetación, la ropa colgada, el agua de la pelopincho esperan mucho tiempo en soledad. Entonces comentamos y preguntamos para qué tener ese preciado espacio si la gente no está nunca. Y pasamos la tarde entre vientos cruzados de ventiladores o sonidos de aires acondicionados recién instalados. Si una brisa fresca llega nos olvidamos de todo. En el mayor de los casos, seguimos imaginando. Dios le da terrazas al que no tiene tiempo.
1 comentario:
Yo tengo una, y es mi cable a tierra. Sol, tierra de macetas para undir mis dedos, creando verde de plantas y flores, aire y agua de la manguera para humectarme en la reposera y bañar a mi can.
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