martes, 25 de mayo de 2010

Mal que mal

Mal físico

   Ante un mal físico irrefutable e inflexible sólo nos queda aceptar o no éste hecho. Los caminos son claros, se toma el ejercicio económico de culpar a la vida en todas sus formas, o se toma el desafío de vencer la limitación, superándola.
    Si uno resuelve el conflicto y vence el mal, que no es otra manera que aceptar sin culpas ni odios, se tomará a esa vida como ejemplo de otras.
 
Mal lógico
 
    ¿Qué pasa cuando podemos revertir el mal pero nos sentimos oprimidos por la causa que enfrentamos?
    Creo que allí reside la posibilidad de un giro importante de la conducta humana. Allí donde las felicitaciones no llegan debemos actuar bajo la indómita red de conclusiones para vencerlo.  El mal no se presenta con una evidencia clara  y concreta, eso le permite huir.
    En el camino de la sanación de las almas, los males lógicos viven camuflados en los rostros de las personas, permanecen hasta que se decida tomar la iniciativa de un ataque. Todo lo que subyace se adhiere al ánimo y es por esto que no debemos permitir la adherencia del mal en nuestro carácter.
    No podemos atacar lo que ya es parte nuestra, como una materia que se destruya a si misma.
    
       
  Uno de los males conocidos    

     La depresión que se genera bajo la diferencia de potencial es lo que se vive continuamente en nuestra era. Unos pocos teniendo el control de la situación, aplastando la moral. Un sistema que se encarga de deteriorar las almas hasta tenerlas controladas sino muertas en vida. Cada tanto generando necesidades que no son necesarias. Privando de tiempo libre.
     La falta de ganas de hacer genera una incapacidad para disfrutar el ocio, que en algunos casos se lo asocia con vagancia. Las nuevas sociedades dependen siempre de otros u otras cosas, no se valen por si mismas y resuelven su culpa proyectando contra un tercero. 
    Las personas que habitan las ciudades deberán encontrar y hacer lo que les guste, de lo contrario, perderán una de las cosas más valiosas de la vida: el entusiasmo.




jueves, 13 de mayo de 2010

Obsecuentes de la fama y el poder.



 Sobre los Obsecuentes conscientes. 


    El obsecuente no es una mala persona por el sólo hecho de portar con ese adjetivo. Persigue un fin. Aporta sus declamaciones a ese otro que le interesa, y ese otro, normalmente, ocupa algún rango de poder o popularidad. Es un estratega político de estos tiempos. 
    El hecho de ser considerado obsecuente se produce cuando otros ojos miran y juzgan. Las plataformas de redes sociales ayudan para detectarlos con rapidez, y creo que el obsecuente es uno de los qué mas pierde con esta tecnología. 
    Es que necesita ser visto. Necesita un público o tribuna que lo detecte. ¿para qué gastarse en adulaciones solitarias y a escondidas? De esa manera no podría demostrarse ante otros y eso, es lo que justamente anhela. Quedar exhibido dejando rastro. El mensaje implícito sería algo así como: que quede claro que te quiero mucho, pero más que los otros que te conocen. 
    Pienso que el obsecuente premeditado no tiene valores verdaderos. Uno no puede andar queriendo a tanta gente, porque si su energía se canalizaría en una sola persona ya no podría tildarlo de obediente, sumiso, cumplidor como dice el diccionario. Eso sería algo parecido a una conquista amorosa. Pero quién en su sano juicio quiere a un obsecuente al lado. 
   El poder es la semilla de los obsecuentes, que son regados y crecen cuando son dejados actuar. Y crecen bastante ya que a todos nos gustan los aplausos. !Qué problema! y realmente pienso que lo es. 
    Exceptuando que nos guste el sitio de pedestal ante los otros, me inclinaría por promover la desconfianza al aplauso desmedido. Un pequeño gesto daría por enterado al estratega y lo devolvería a su sitio. 
  El antídoto no es sólo la humildad del festejado, sino también, una dosis justa de seguridad e inteligencia para discernir lo correcto. 

   En definitiva, el hecho consciente, premedita la necesidad de alcanzar por el medio de adulación que tenga a mano, su fin último, que no es ni mas ni menos, que una negociación de amor por dinero o fama.