martes, 8 de febrero de 2011

Milagro chino






    
   Tropezando entre palabras de su china natal y un castellano a la fuerza, la mujer me dijo: la lluvia sólo cae una vez, lo que vemos, esas gotas, son desprendimientos de una única lluvia. El cielo sabe que tiene una vida para esparcir sus líquidos y al mismo tiempo sabe que la gente espera. Cada gota sobre tu cabeza deja la marca de un nacimiento, ese acto mayor, nos rebobina a nuestro inicio. Nuestras vidas son litros de agua que…
-         yo puedo entender sus costumbres señora… pero el paraguas que le compré ayer no sirve más.
La mujer bajó su vista y se balanceó con la cabeza, como diciendo que no. sólo dijo: siento decirte que te hice un favor.
-         mire, le pediría si me lo puede cambiar o me devuelve el dinero.
-         no entiende.
-         claro que entiendo, usted me vendió un paraguas y ahora me hace un cuento chino
-    no entiende
-         aparte compré el más caro que tiene porque ya me habían dicho que duran poco.
-         ….
-         ¿no me va a decir nada?
Me miro a los ojos y dijo: puedo explicarte de nuevo, la lluvia sólo cae una vez, lo que vemos, esas gotas, son desprendimientos de una única lluvia. El cielo sabe que tiene una vida para esparcir sus líquidos y al mismo tiempo sabe que la gente espera. Cada gota sobre tu cabeza deja la marca de un nacimiento, ese acto mayor, nos rebobina a nuestro inicio. Nuestras vidas son litros de agua que buscan evaporarse. El paraguas te protege, pero a la vez impide que conectes con tu esencia líquida, impide tu serenidad, tu calma de laguna. No es que tu objeto se dañe por defectuoso, comprarás diez más y pasará lo mismo, es tu alma la que quiere mojarse.
   - ¿Usted esta segura señora?

  Sus ojos no dejaban de mirarme, transmitían cierta melancolía. No dije nada y tiré el paraguas roto en un cesto - pude ver que había más de diez allí - , entonces me volví esperando la lluvia y deseando creerle. 
  Había caminado tres pasos y oí que la mujer me chistaba. Agitaba sus manos y me llamaba.Me ofrecía un paraguas agujereado por veinte pesos. Decía que la gota que tocara mi cara había podido atravesar las vicisitudes de lo material, que era un paraguas que podía alejarme de los problemas de dinero. No le contesté. Sacó entonces un paraguas con un gran agujero de unos treinta centímetros que debía usarse con el hueco de frente, así las gotas sensibles impactarían directo al corazón. Y siguió ofreciendo. Paraguas para la melancolía , para el dolor de espalda, para las angustias, para la risa fácil. En todos los casos quedaría uno empapado. Le dije gracias y salí a comprarme un piloto. Truenos otra vez. Se venía la lluvia y estaba en Argentina, pleno centro. 





   

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