Al dios le rinden ofrendas. En su altar la gente deposita incapacidades, odios, manifestaciones de poder. Pero el dios fabrica amor y aunque hoy está angustiado cada vuelta de su rueda se impregna de las desgracias de los otros (en la inercia intenta una nueva transformación); y no necesita publicidad, tampoco una revuelta en su nombre, que cada uno pelee desde su silla porque en nombre de dios, a veces, solemos comernos la milanesa de otro.
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