Todos alguna vez seremos tallos de la planta de naranja lima (O meu pé de Laranja Lima). Ayer recordaba que de chico jugábamos al fútbol en un descampado; después vino la pelota del mundial, después unos arcos hechos con palos y más tarde las líneas que limitaban la cancha hechas con unas mangueras viejas. Llegamos a formar varios equipos de siete en un torneo interno que tenía como premio una zambullida a la pileta del equipo ganador. Terminábamos golpeados, por los mayores, por los huecos del terreno, por las piedras, por los hormigueros, por los días que dejábamos atrás y no sabíamos.
Hoy tengo dos arcos profesionales, tengo la red que me regaló mi viejo y la cancha delimitada con pintura blanca, no quiero olvidarme del césped que es más verde y el terreno lisito, profesional. Pero una cosa sucede: ya no jugamos al fútbol (será que creció tanto mi naranja lima).
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