Existimos y lo estamos contando, como así también existen las múltiples posibilidades dentro de la existencia. Salimos de una mamushka gigante que en cada desición va dejando su corteza para llegar a encontrarse, en el mejor de los casos, con la semilla que entiende de orígenes y del propio ser.
En el trayecto que hacemos, lo que dejamos, esos restos, son recogidos por la experiencia; que bien podría describirse con otros apodos. Me inclino a pensar que sus cimientos están ligados a las decisiones que hacemos y cuanto más arriesgadas, más sabio se vuelve el hombre.
Hombre atado a sus preguntas. Aunque el crea que es libre, los interrogantes aparecen en cada paso, a cada vuelta de hoja, en cada pequeño destino.
El descubrimiento y sus nuevos interrogantes, quizás mayores a los que teníamos antes de avanzar. Por eso, no se me ocurre una vida con preguntas saciadas. Y si eso pasara, preguntaría como última cosa: ¿Qué hubiera sido si no existiéramos?
¿Los “hubieras” no existen?
El tiempo ignora a los hubieras, nosotros, los necesitamos.
Deben existir (en el pasado) los hubieras, porque son ellos, con su pesada carga, los que nos recordaran sobre el otro camino posible. Hay una tendencia de mostrarnos agradecidos y gozosos de nuestra realidad, festejantes, sin arrepentimientos por nuestras decisiones. Es a mí entender, un orgullo sutil. Hasta que el hombre no se declare incompetente seguirá chocándose con la misma piedra*, pero digo piedra de lava, caliente y más grande a su paso.
* piedras que no se rompen ni se aniquilan, sólo se saltan o se aprende a esquivarlas.