Los malos momentos desaceleran la caída, si es que todo va a parar a un pozo o un túnel. Quitan la velocidad primaria, nos ocupa. Y en esa ocupación tomamos el tren y vamos al trabajo y saludamos a un amigo y compramos comida rápida y seguimos en el trabajo y vendemos, compramos; nos enojamos.
Todo es tan breve, tan breve, que lo previsto nos encuentra con las maletas a medio armar y con esas cosas que callamos dando vueltas en la casa. De pronto, el aroma del café se vuelve grano de café y el polen se convierte en flor. Somos el desprendimiento de otra cosa que no tiene nombre, que nos llama desde el momento que pisamos tierra firme.