Hace tiempo que el disco de vinilo desapareció de las estanterías, y con él, desaparecieron otras conductas. A veces cuesta discernir si las tecnologías se adaptan a nosotros o somos nosotros los que nos permeabilizamos a lo que se nos entrega, en algunos casos, de forma unilateral.
Personalmente tenía pocos discos, pero buenos. Sabía con antelación que es lo que me iba a comprar. Me dirigía a las disquerías a buscar al artista que conocía de memoria y también para investigar un poco sobre los otros discos, aquellos que no tenía. Éste hecho no me preocupaba en esos tiempos. Sabía que no era necesario tenerlo todo en materia musical, será porque conocía el placer inmenso, tanto como el disfrute que me representaba abrir el disco para descubrir de a poco el arte de tapa y luego las letras; para terminar acertando el surco con la púa. Ese mismo disco que seguramente giró muchas veces sobre el plato, sin importar el destino de los otros discos, esos que nunca tendría.
Hoy el cambio es muy grande en ese aspecto. Lo que fácil llega, fácil se va –apuntaría-. Para ambos sentidos y en ambos sentidos. Los artistas con algo de dinero tendrán su disco en la calle y si invierten en difusión quizás lleguen a trascender un poco. Con los traslados de información en internet, se puede “compartir” música, que ya no es análoga, es digital, es información, son bytes, y gracias a eso, personas de remotos lugares y no tanto, se actualizarían con lo último que acaba de salir musicalmente. Y hay mucho, demasiado, diría que no alcanzan varias vidas para escuchar lo que se encuentra ejecutadado. Posiblemente nos perderemos a grandes talentos que morirán con un buen trabajo inédito, desconocido y que hubieran merecido la oportunidad de ser escuchados.
Me imagino a un Mozart subiendo a la web sus temas. Tendría que competir sólo con su talento a la inmensa variedad de músicos en cartelera, y quizás eso, no le alcance.
El mundo pide inmediatez y efectividad. Esas premisas comerciales nos han quitado la posibilidad de disfrute. Bajamos diez discos en cuatro horas de los cuales sólo dos nos podrían llegar a gustar. Los escuchamos dos veces o una en toda la vida ocupando el nervioso lugar de algo mejor que ya estará por salir. En realidad, nos estamos llenando de discos indefendibles.
El sólo hecho de salir de tu casa a comprar, y pagar con billetes un disco, lo hacía querible y justificable. Uno hacía valer su compra y recomendaba a los demás el producto. Y no había discos muy malos (alguno había) porque los mismos artistas necesitaron pasar por una cantidad de filtros para editar. Al ser más difícil y más costoso el proceso de grabación, normalmente, quedaban los músicos talentosos.
Hoy no podemos defender a los artistas musicales, ya no aparecen grandes bandas nuevas, sólo algunas que logran llenar estadios por corto tiempo. No se asegura la continuidad porque pronto serán descartados por otra banda indefendible y lo más triste, es que se cambia a una por otra, gratis.