Sucedió luego que se calmó la lluvia, estoy segura. Había dejado el paraguas y las dos botas afuera para no arruinar la alfombra. Oí ladridos de perro en el palier y unos pasos apresurados; sólo que en ese momento no reparé en pensar que mi vecino iba a robar lo que yo no había entrado. Ahora me toca viajar en el ascensor ocho pisos abajo con el ladrón. Me dice cosas sobre el clima, el perro me mira, y no le sonrío como siempre. Cuando paso la puerta de entrada y vuelvo sobre mis pasos para comprobar que efectivamente quede cerrada, detecto a los cuidacoches haciéndose unas señas extrañas desde una vereda a la otra. Alguien me había dicho que esa gente trabaja para la mafia, para los saqueadores de departamentos, anotan en libretas los movimientos de los vecinos y después venden esa información por pocos pesos. Por eso fui a la farmacia en un horario inesperado, una manera de despistarlos. Seguro les sorprendió mi regreso. Conocen a todos y están enterados antes que nadie de las novedades del barrio. Ellos saben que los días cinco cobro mi jubilación y que suelo salir temprano, pero no fue así esta vez. Llamé al radiotaxi para el mediodía, tuve en cuenta de no repetir empresa. El señor que me había transportado el mes anterior hablaba mucho, hasta se había metido con algunos asuntos personales. Yo no quiero hablar con taxistas, sólo quiero que me lleven. Así le dije al telefonista del cuatro ochenta y dos veintidós veintidós. No quiero música fuerte, ni fumadores, ni conversadores. Y me mandador a un opa, cuasi sordo. Le repetí tres veces los nombres de las calles donde debía detenerme por un momento. Ya vengo, dejo un sobre y seguimos para el centro. ¿Entonces espero? Y sí querido. Tomé nota del importe antes de descender. ¡Mire que el reloj sigue caminando señora!- me dijo con tono sobrador- le contesté que ya lo sabía que no era la primera vez que viajaba. Cuando regresé me había adelantado el importe, seguramente, cinco pesos de más. ¿No se cómo lo hacen?, imagino un botón que van pulsando, o quizás, la bocina, alguien me dijo que cuando tocan mucha bocina adelantan el reloj. Pero no dije nada, porque estos chicos que parecen callados pueden reaccionar mal, seguro tenía un cuchillo o algo debajo de asiento. Pagué y bajé disimulando el enojo. No quise seguir con ese degenerado que mantenía un silencio siniestro.
Como había abandonado la idea de otro taxi, decidí caminar unas cuadras. Pegada contra la pared, como dijo mi amiga, con la cartera apretada bajo mis brazos. Y si vez a alguien sospecho cruzate. Cuando llegué al centro ya me había cruzado de vereda cuatro veces y había visto dos robos. Un morochito flaquito caminó detrás de mi dos cuadras, algunas veces se adelantaba. Pensé lo peor, entonces grité. ¡cálmese señora! Suplicaba, y yo gritaba más fuerte. Luego supe que era un repartidor de impuestos.
Llegué al banco en un horario que no conocía. Mi vecina me había alertado. Ojo con el cajero de barba, el más regordete. Te saca conversación y te esconde los billetes, los tira al piso. Así le robaron a mi marido treinta mil pesos. La pucha dije yo.
Por suerte me toco el nuevo. Un chico de no mas de dieciocho años, aunque la farmacéutica de la esquina de casa diga que tiene treinta. Conté los billetes en un sillón del banco, me faltaban diez pesos. Cuando me acerqué a las cajas para reclamar, desde atrás de unos papeles, sobre la esquina del mostrador de recepción, un petizo, gordo y de barba me preguntó en qué podía ayudarme. Nada, no es nada dije. Prefería perder diez pesos a perderlo todo. En eso, un señor de mi edad se me acercó ofreciendo ayuda. Maldije mis chinelas plásticas que no permitían que acelere mi paso. Me fui sin responder a quien supongo observaba los movimientos del banco, para luego avisar a los motochorros.
Cuando salí del banco comenzó a llover. Putié a mi vecino, ladrón de paraguas. Antes de llegar a casa compré veneno. De alguna manera, ese perro me molesta hace rato.
1 comentario:
es el mejor titulo. el mejor.
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