De su padre no supo nada
después de la pelea, sólo que estaba vivo. Cada día de elecciones veía su
nombre en el padrón, arriba del suyo. Cuando se acercaba a las urnas comprobaba
lo que daba por descontado. El ya había pasado temprano, como era su costumbre,
un poco para no cruzarse y otro poco porque los grandes no tienen nada que hacer con las horas. En las últimas elecciones le tocó votar en otro lado, porque ahora el inservible se había mudado a unas torres nuevas. La curiosidad o alguna extraña sensación lo llevó a pasar por la antigua escuela. Comprobó que el padre tampoco estaba registrado allí. Pero no se
preocupó, pensó que también se habría mudado. Si, seguro se trata de eso -se
dijo para sí- y siguió como siguen los rencores, votando siempre al mismo
candidato.