Micromundo
Veo al microondas como un pequeño universo
el café con leche gira
iluminado
durante un tiempo
en el mismo sentido
hasta que todo se detiene y se apaga
Recolector de ideas
El buscador de cosas impensadas
descubrió que en el centro de la ciudad
hay mas escalones que personas
mas vehículos que árboles
mas baldosas que niños jugando
más semáforos que poetas
Sombras:
La mañana invitaba a salir. Busqué abrigos para sincronizar con el invierno de afuera. La oblicuidad del sol jugaba con los aciertos, se escondía de mi posibilidad tras los muros de cemento. Piezas exiguas de delicadeza que se elevan con el simple fin de prohibir algo de luz en las veredas. Caminé entre los grises hasta que conseguí mi premio en siete baldosas. El hallazgo, invitaba a conformarme.
El taxi que vos querés
El taxista de la ciudad de las sombras, conoce la verdad, pero cambia su discurso con cada nuevo pasajero. Y eso es verdad.
Alarmante
El sonido de la alarma se mantuvo durante dos horas. Conocemos la secuencia, un chillido agudo, un sonido a motosierra, unos martillazos punzantes y la pequeña pausa para dar entrada al nuevo ciclo. En el auto, cuelgan algunos cables de la gaveta donde existía un autoestereo, faltan un par de anteojos y algunos objetos que se descubrirán mas adelante. El ladrón ya está llegando a su casa con el dinero de la venta y en ese mismo momento, un señor de traje gris detiene la alarma.
La sensación
Nada se compara a la sensación de llegar a casa. Eso me dijo el señor del piso catorce en el ascensor. Admití que me ocurría lo mismo. Días más tarde coincidí un descenso con la mujer del señor del piso catorce. Ella me dijo: mi marido se vive escapando, se escapa de mi, y yo pensé, que él sólo ama, la sensación de llegar.
El carnaval que no fue
Perdimos todo intento de carnaval. La señora con el vestido azul mojado amenazó con llamar a la policía y luego demandarlos. Los chicos escondieron los globos de agua y nunca más hablaron del tema.
Cigarros
Cuando ella se fue él prendió un cigarrillo. Lo escondía detrás de un armario. Después ventiló la casa. Ella había salido a fumar a escondidas y antes de regresar, compró un caramelo de mentol. A la noche cenaron y hablaron de otros absurdos de gente conocida.
Mezclas
Los manteles blancos se ajustaban en la sala perfecta
la vela derretía la cera en el tiempo estipulado
Sin pedir permiso el aroma de carnes asadas ingresaba al distinguido restaurant de comida japonesa
La identidad perdida, y encontrada, en la salsa de soja.
Dos clases de deudas
La silla sostenía dos camperas
una cartera
tres juguetes desarmados
y la ausencia del padre.
En otra mesa
Hablaban de perros
sus razas
durante un rato hablaron
querían esquivar el tema que los había reunido.
Dímelo con flores.
Un mantel de hule con flores. Unas cortinas blancas con dos flores rojas bordadas. Una foto, sobre la repisa de los libros, mostraba un jardín. Compró una hebilla para el pelo y tenía un dibujo que simulaba una flor; pero no quiso macetas en el departamento.
La libélula
A los médicos hay que esperarlos. Los turnos se superponen. Los pacientes caminan por los pasillos de la clínica mirando la pared de impecable blanco. Cuatro cuadros incomprensibles cortan la pulcritud. Unas figuras geométricas y unos colores vivos pretenden descontracturar la mente que espera. En esos momentos no pasa nada ni va a pasar. Una libélula lo sabe, choca contra los vidrios una y otra vez, negándose a la estadía.
MONTEVIDEO
La ciudad vieja de Montevideo refleja resabios de tiempo detenido en los frentes de las casonas grises. Punto de convivencia de razas, estilos, formas, estados sociales.
La brisa del océano recorre las veredas baldeadas. Bajo una farola gigante una mulata espera la tarde, sentada en los escalones de su casa. Mi lente busca sin descanso, ansioso ser, queriendo llevar la magia del lugar en un poema o una foto.
Hubiera escrito algo sobre la sorpresa sostenida en mis pies, algo que avise cada esquina nueva de la ciudad vieja, del sabor del boñato asado, de los pintorescos bares, del ritmo de carnaval y los colores de las pintadas.
Preferí clavar el recuerdo
Como un tajo cicatriz
El hombre por cien
Un señor se acerca y me dice que el diecisiete por ciento de la gente toma cortado en jarrita, que el treinta y cinco por ciento logra degustar un buen vino, que el cuarenta por ciento toma gaseosas y el resto no sabe. Me sorprende su análisis y le contesto que voy a tener en cuenta esa información. Su mirada queda detenida a la altura de mi camisa. Yo también miro mi camisa. Luego llevo mi vista hacia la calle para evitar la incomodidad. ¿Ud me conoce? – me dice casi angustiado-. Le contesto que no. ¿Sabe que el noventa y nueve por ciento de la gente no me conoce? La verdad que no lo sabía, así que negué con un movimiento de cabeza. Después de un rato volvió a indicarme. ¿Sabe que el ochenta por ciento de la gente que niega con la cabeza quiere no ser molestado? Hice un gesto que denotaba una obviedad. Me corrí un par de asientos de la barra del bar, los necesarios para evitar la charla. Antes de irse me saludó. Nos vemos, cuidate…!ah!, ¡ojo que mañana hay un sesenta por ciento de probabilidad de lluvia!